Este 28 de enero, Cuenca celebra el día de su patrón, San Julián, una figura histórica y espiritual que marcó profundamente la vida de la diócesis conquense.
San Julián de Cuenca, el segundo obispo de Cuenca, es recordado no solo por su labor pastoral, sino también por su incansable dedicación a los más necesitados. Nacido en el siglo XII, probablemente de origen mozárabe, Julián Ben Tauro destacó desde joven por su vocación religiosa y su compromiso con la comunidad.
En 1197, ya figuraba como arcediano de Calatrava, y un año después fue elegido obispo de Cuenca, sucediendo a Juan Yáñez. En un contexto de consolidación tras la reciente reconquista de la ciudad, San Julián se dedicó a fomentar la paz y la convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes. Su liderazgo no solo se centró en la organización eclesiástica, sino también en la creación de parroquias rurales y en la educación de los clérigos, sentando las bases de una diócesis sólida y cohesionada.
San Julián es especialmente recordado por su caridad. Vivía de forma austera, confeccionando cestos con sus propias manos para recaudar fondos destinados a los pobres. Su dedicación a los más desfavorecidos quedó inmortalizada en la llamada "Arca de San Julián", una institución benéfica creada en su honor que proporcionaba pan diario, ayudaba a niños expósitos y dotaba a jóvenes huérfanas para su matrimonio.
La tradición también atribuye a San Julián numerosos milagros, como la multiplicación de alimentos en tiempos de escasez y la aparición de la Virgen María en el momento de su muerte, ocurrida el 20 de enero de 1208. Su cuerpo, hallado incorrupto en 1518, fue objeto de veneración y numerosos milagros, lo que llevó a su canonización en 1595 por el papa Clemente VIII.
La iconografía de San Julián lo representa como un obispo humilde, con mitra y báculo, acompañado de un cesto o un pan, símbolos de su caridad. En el retablo mayor de la catedral de Cuenca, se le muestra confeccionando cestos, una imagen que refleja su vida de servicio y entrega.
Aunque su cuerpo fue destruido durante la Guerra Civil Española, sus reliquias, recuperadas y autentificadas, siguen siendo veneradas en la catedral de Cuenca. Su legado, como patrono de la diócesis conquense, perdura como ejemplo de humildad, fe y amor al prójimo.
San Julián de Cuenca no solo fue un líder espiritual, sino también un símbolo de esperanza y solidaridad en tiempos difíciles. Su vida y obra nos recuerdan la importancia de la caridad y el compromiso con los demás, valores que siguen siendo relevantes en la actualidad.