La historia de Cuenca está marcada por su posición estratégica, entre los ríos Júcar y Huécar, que la convirtió desde antiguo en un enclave codiciado. Mucho antes de que Alfonso VIII pusiera sus ojos sobre la ciudad, estas tierras habían sido ocupadas por celtas, romanizadas con la fundación de ciudades como Segóbriga y, más tarde, incorporadas al Reino visigodo de Toledo.
Cuando en el año 711 los musulmanes derrotaron a los visigodos en la batalla de Guadalete, el avance fue imparable. En apenas tres años, entre 711 y 714, gran parte de la Meseta pasó a manos de al-Ándalus, y Cuenca no fue una excepción. El asentamiento se convirtió en un hisn, una fortaleza que reforzaba la Marca Media, frontera natural entre el poder islámico y los reinos cristianos en expansión desde el norte.
Durante casi cinco siglos, Cuenca vivió bajo dominio musulmán. Se consolidó como una plaza defensiva y administrativa, con una realidad política, social y cultural muy distinta a la que habían conocido los visigodos. Y aquí surge el debate: cuando Alfonso VIII entra en la ciudad tras un largo asedio en 1177, ¿qué es lo que realmente hace?
Desde un punto de vista estrictamente histórico, se trata de una conquista. La ciudad llevaba generaciones bajo otra estructura de poder, y quienes habitaban sus murallas tenían poco o nada que ver con los visigodos del siglo VII. Hablar de reconquista introduce un matiz ideológico: asumir que Alfonso VIII estaba recuperando lo que, en esencia, ya pertenecía al mundo cristiano.
Este concepto de Reconquista, tan presente en manuales escolares y discursos políticos, no existía como tal en el siglo XII. Los reyes medievales hablaban de “ganar tierras al infiel”, no de recuperar un territorio nacional perdido.
En definitiva, la fiesta de San Mateo conmemora un hecho real: Alfonso VIII tomó Cuenca en 1177. Pero la manera de nombrarlo es lo que genera polémica. ¿Reconquistó el rey una ciudad que había sido visigoda más de cuatro siglos atrás? ¿O conquistó una plaza que, en ese momento, era plenamente parte de al-Ándalus?
La respuesta no es única. Depende de cómo interpretemos la historia: como una narración lineal de pérdida y recuperación, o como una sucesión de conquistas en un territorio siempre cambiante. Y quizás, ahí reside la magia de San Mateo: en recordar que lo que hoy celebramos como tradición festiva nació de un acontecimiento bélico que aún sigue dando que hablar.