Este 2025 está siendo un año atípico para los embalses de la cabecera del Tajo. Las lluvias, generosas y persistentes, han devuelto a Entrepeñas y Buendía unos niveles de agua que no se veían desde hace décadas. Entrepeñas llegó a superar el 85% de su capacidad en marzo, mientras que Buendía roza estos días el 53%, gracias en parte a la derivación de agua desde el primero, ya que ambos embalses funcionan como un único sistema hidráulico. A simple vista, podría parecer que la abundancia de agua es motivo de celebración para los pueblos ribereños. Pero la realidad es bien distinta.
Los habitantes de municipios como Sacedón, Cifuentes o Pareja llevan años denunciando lo que consideran un auténtico expolio. El trasvase Tajo-Segura, lejos de ser una solución solidaria, se ha convertido en una condena para la zona. Estos embalses, que en su día se concibieron para crear una gran zona de regadío en el centro de España y para dinamizar la economía local a través de actividades como los deportes acuáticos, han visto cómo sus posibilidades de desarrollo se evaporan cada vez que se abre la compuerta del trasvase.
La reciente aprobación de un nuevo trasvase de 180 hectómetros cúbicos para los próximos tres meses ha caído como un jarro de agua fría en la comarca. Los pueblos ribereños saben que, en cuanto el agua salga rumbo al sureste, las reservas descenderán drásticamente y el caudal del Tajo, desde Bolarque hasta su desembocadura en Lisboa, volverá a resentirse. No es solo una cuestión de números: es la vida de toda una comarca la que está en juego.
La sensación de abandono es generalizada. Los vecinos se preguntan por qué, si el agua es un recurso tan valioso, no pueden aprovecharla para su propio desarrollo. Sacedón, por ejemplo, fue durante años un referente en deportes náuticos y turismo de embalse. Hoy, la incertidumbre sobre el nivel del agua ahuyenta inversiones y proyectos. La promesa de una zona de regadío próspera quedó en el olvido en cuanto se inauguró el trasvase.
Y mientras tanto, surge una pregunta incómoda: ¿a dónde van los fondos que los regantes murcianos pagan por el agua trasvasada? ¿Revierten realmente en la zona afectada, compensando de alguna manera el sacrificio de los pueblos ribereños? La respuesta es un rotundo "NO". El dinero que los regantes murcianos abonan por el agua se destina a pagar la propia infraestructura, cuyo coste inicial ni siquiera se ha cubierto en un 30%. Hoy, 46 años después de su apertura, las obras que supusieron la apertura de uno de los sistemas hidraulicos más grandes y caros de Europa, están sin amortizar. Y probablemente no se amorticen jamás.
El trasvase Tajo-Segura, que en su día se presentó como una obra de progreso, es visto hoy por muchos como un expolio consentido. Un trasvase de riqueza y de vida, de una España vaciada a otra que crece a costa de sus recursos. Con los embalses llenos y la esperanza renovada, los pueblos ribereños reclaman justicia, inversión y, sobre todo, el derecho a decidir sobre el agua que les pertenece.
La lucha sigue, y cada gota cuenta. Porque el Tajo no es solo un río: es el alma de una tierra que se resiste a desaparecer.