El doctor Diego González Rivas es uno de los cirujanos torácicos más reconocidos del mundo. Innovador, pionero de la cirugía mínimamente invasiva y embajador de la sanidad allá donde va, ha operado a miles de pacientes en más de 130 países y ha llevado sus conocimientos incluso a zonas en vías de desarrollo a través de su fundación. Su nombre es sinónimo de excelencia médica, innovación y compromiso humanitario.
Tercer caso de este miercoles: paciente con un tumor carcinoide a la entrada del bronquio del lóbulo inferior derecho. La complejidad radica en salvar el lóbulo medio realizando una cirugía reconstructiva bronquial en sleeve. Utilizaremos el robot Da Vinci con una sola incisión pic.twitter.com/zpM4i3v2YN
— Diego Gonzalez Rivas (@dgonzalezrivas) September 17, 2025
Sin embargo, en los últimos días no se habla de sus avances quirúrgicos, ni de sus quirófanos móviles en África, ni de sus miles de pacientes curados. El foco mediático se ha centrado en algo muy distinto: sus declaraciones en un pódcast, donde confesó haber votado a Alberto Núñez Feijóo en las últimas elecciones generales.
El argumento de González Rivas fue transparente y sencillo: conoce personalmente al político gallego, lo considera un buen gestor y cree que España necesita un cambio. Además, matizó que no se identifica con ideologías radicales, y que valora a los gobernantes por lo que hacen, no por su etiqueta política.
La reacción en redes sociales no se hizo esperar. En lugar de un debate razonado sobre sus palabras, lo que llegó fue una avalancha de críticas, insultos y descalificaciones personales. Desde determinados sectores se trató de reducir a uno de los cirujanos más brillantes de nuestra época a una caricatura política, en un intento claro de “cancelación”.
En democracia, cada ciudadano tiene derecho a expresar su opinión política sin temor a represalias sociales o profesionales. El problema no es que alguien critique la postura de González Rivas —eso forma parte del debate público sano—, sino el tono y la intención de muchas de las reacciones: deslegitimar, insultar, ridiculizar y hasta cuestionar su valía como médico por una simple declaración de voto.
¿De verdad la opinión política de un profesional invalida sus logros científicos? ¿O nos hemos acostumbrado tanto a la polarización que ya no distinguimos entre la persona y la idea?
Lo sucedido con Diego es un ejemplo de los riesgos de la llamada cultura de la cancelación, un fenómeno cada vez más frecuente en redes sociales: se persigue al discrepante, se amplifican las críticas hasta desproporcionarlas y se intenta arrinconar al individuo en una esquina moral.
El daño de esta dinámica no se limita a quien la sufre. Supone un golpe a la libertad de expresión, porque genera miedo. Si una figura pública de prestigio internacional recibe insultos por expresar con calma y respeto su voto, ¿qué no le puede pasar a un ciudadano anónimo?
La pluralidad política es un valor democrático. La discrepancia es necesaria. El respeto, imprescindible. Reducir a alguien como Diego González Rivas a un “etiquetado político” es una injusticia no solo hacia su persona, sino también hacia la sociedad, que pierde la oportunidad de escuchar voces diversas y enriquecedoras.
Podemos estar de acuerdo o no con su voto. Lo que no podemos es negar su derecho a expresarlo ni permitir que se le ataque personalmente por ello. Defender la libertad de opinar no es defender a un partido, es defender la democracia.
Desde estas líneas, animamos a Diego a seguir dando sus opiniones libremente, porque estamos en una sociedad libre en la que todos debemos sentirnos libres de emitir nuestra opinión sin temor a ser represaliados por ello.