En el Camino de Santiago Francés, cada paso cuenta una historia, pero pocas son tan fascinantes como la de la iglesia de San Nicolás de Portomarín. Este templo, construido entre finales del siglo XII y principios del XIII, no solo es una joya del románico tardío, sino también un testimonio de la fuerza colectiva de un pueblo que se negó a dejar que su historia se hundiera bajo las aguas.
San Nicolás, también conocida como San Juan, fue erigida por la Orden de San Juan de Jerusalén, una orden militar y religiosa que combinaba la protección espiritual con la defensa estratégica. Desde su posición original, la iglesia vigilaba el puente que cruzaba el río Miño y ofrecía refugio a los peregrinos que recorrían el Camino de Santiago. Su diseño robusto, con gruesos muros y un aire castrense, refleja esta doble misión de fe y seguridad.
A lo largo de los siglos, el templo pasó por las manos de la Orden de Santiago y, más tarde, volvió a los Hospitalarios, quienes se convertirían en la Orden de Malta. Sin embargo, su capítulo más extraordinario llegó en el siglo XX, cuando el embalse de Belesar amenazó con sumergir el antiguo Portomarín.
En los años 60, el pueblo de Portomarín se enfrentó a una decisión histórica: abandonar su iglesia al agua o salvarla. La respuesta fue clara. Piedra a piedra, la iglesia de San Nicolás fue desmontada y reconstruida en una nueva ubicación, más alta, donde hoy sigue siendo el corazón del nuevo Portomarín. Cada bloque de piedra fue numerado cuidadosamente para garantizar que el templo se reconstruyera exactamente como era, en un esfuerzo que combinó ingeniería, devoción y amor por el patrimonio.
La iglesia de San Nicolás no solo destaca por su historia, sino también por su impresionante arquitectura. Su fachada principal, coronada por un gran rosetón geométrico, es un ejemplo magistral del arte románico gallego. La portada principal, con un Pantocrátor en el tímpano y las arquivoltas decoradas con los 24 ancianos del Apocalipsis, recuerda al icónico Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago.
Las portadas laterales también son dignas de admiración. La puerta norte presenta una delicada escena de la Anunciación, mientras que la puerta sur despliega un rico repertorio de figuras de santos, animales y motivos vegetales. En la parte trasera, un pequeño rosetón y tres celosías góticas completan la majestuosidad exterior del templo.
El interior de San Nicolás es sobrio, pero no por ello menos impactante. Entre sus tesoros destacan restos de pinturas góticas, un baldaquino renacentista del siglo XVI y una conmovedora escultura de Cristo Crucificado del siglo XIV, tallada en madera policromada. Cada rincón de la iglesia cuenta una historia, desde su funcionalidad como fortaleza hasta su papel como lugar de culto.
Declarada Monumento Histórico-Artístico en 1931, la iglesia de San Nicolás es mucho más que un edificio. Es un símbolo de resistencia, fe y arte que sigue cautivando a los peregrinos y viajeros que llegan a Portomarín. Su historia, marcada por la lucha contra el olvido y la destrucción, la convierte en una parada obligada para quienes buscan conectar con el pasado y admirar la belleza del románico gallego.
Si estás recorriendo el Camino de Santiago Francés o tienes pensado hacerlo, no dejes de visitar San Nicolás de Portomarín. Este templo, que desafió al agua y al tiempo, te espera con sus piedras cargadas de historia y su imponente presencia, recordándote que la fe y la determinación pueden mover montañas… o iglesias.
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