El pasado 3 de septiembre, Lisboa vivió uno de los días más oscuros de su historia reciente. El célebre Elevador da Glória, un funicular inaugurado en 1885 y declarado Monumento Nacional, descarriló en plena hora punta dejando numerosas víctimas y heridos. El suceso impactó no solo en Portugal, sino en toda Europa, donde muchos viajeros se han preguntado hasta qué punto estos sistemas de transporte son seguros.
España conserva varios funiculares en activo, muchos de ellos con más de un siglo de historia. Algunos de los más conocidos son:
Funicular de Montjuïc (Barcelona): une la ciudad con la montaña olímpica.
Funicular del Tibidabo y Vallvidrera (Barcelona): clásicos en la vida urbana barcelonesa.
Funicular de Artxanda (Bilbao): conecta el centro con uno de los miradores más populares.
Funicular del Monte Igueldo (San Sebastián): icono turístico desde 1912.
Funicular Río de la Pila (Santander): moderno y funcional para salvar la pendiente del casco urbano.
Funicular de Montserrat (Barcelona): muy frecuentado por turistas y peregrinos.
Estos transportes forman parte del paisaje y la cultura de muchas ciudades, siendo tanto un recurso práctico como una atracción turística.
En España, los funiculares están sujetos a una estricta normativa de seguridad ferroviaria y europea. Entre las medidas más destacadas se incluyen:
Revisiones técnicas periódicas de cables, frenos y sistemas de control.
Modernización de instalaciones en los casos más antiguos.
Planes de evacuación y protocolos de emergencia en caso de avería.
Supervisión por parte de autoridades competentes en transporte y seguridad industrial.
Gracias a estas medidas, los incidentes graves en España son prácticamente inexistentes.
Aunque el riesgo cero no existe en ningún transporte, los expertos coinciden en que la posibilidad de un siniestro similar en España es muy baja. La mayoría de los funiculares españoles han sido renovados en las últimas décadas y cuentan con tecnología moderna que reduce al mínimo la probabilidad de una tragedia.
Lo sucedido en Lisboa sirve como recordatorio de la importancia de invertir en mantenimiento, modernización y control, pero también aporta tranquilidad: en España, los estándares de seguridad se cumplen de manera rigurosa.